viernes, 12 de julio de 2013

Capítulo 35

Narra Sam


“Respira hondo, Sam. Tranquilízate, ve a por ella y párala. Si no la paras ahora le dará un ataque de ansiedad.”


Mis piernas echan a andar mecánicamente, llevándome a mí con ellas.
Alzo un brazo tembloroso y, con mi mano derecha, agarro la mano de Daniela, que está autolesionándose bruscamente.
Me trago las lágrimas y el nudo en la garganta a la fuerza cuando mi hermana se opone a dejar de hacerse daño, a dejar de arañarse, golpearse e insultarse a sí misma frente al espejo del baño.


-Daniela, para ya. Por favor, estás preciosa.
-¡¡¡Parezco una puta foca!!!-grita con fuerza, con lágrimas desbordándose por sus mejillas.
-No, no lo pareces. Estás muy guapa.-susurro, agarrándola e inmovilizándola con fuerza.


Odio esto. No puedo soportar ver a mi hermana haciéndose este daño, no soporto estos episodios de locura y de rabia... pero lo hago.


-¡¡Suéltame!! ¡¡Déjame en paz!!-aúlla, revolviéndose entre mis brazos, incluso pegándome.-¡¡¡Lo estás haciendo a posta!!! ¡¡¡Sabes que este vestido me queda horrible y quieres que aún así lo lleve!!! ¡¡Lo haces a posta!!
-Dani, por favor...


Aún así no la suelto. La sujeto con todas mis fuerzas, aguantando cada codazo en las costillas, cada arañazo, cada patada y cada palabra hiriente.
Se ve como una foca cuando el vestido ni siquiera se pega a su cuerpo, cuando el escote redondeado del vestido le cae hacia delante por no tener ninguna sustentación a la que agarrarse, cuando las tiras de los hombros se le caen...


-¡¡¡Has escogido el vestido que me hace parecer más gorda, ¿verdad?!!! ¡¡Sólo quieres hundirme!! ¡¡Mírame!! ¡¡¡Todo esto es por tu culpa!!!


Aparto a Daniela de un empujón tan brusco que incluso pierde el equilibrio y está a punto de caer de bruces al suelo.
Camino hasta posicionarme junto al espejo de cuerpo entero que hemos sacado del baño y lo señalo con el dedo índice, tan tembloroso que incluso me asusto por un momento.


-¿Es esto lo que te hace daño, Daniela?


Y sin dejarle responder empujo con fuerza el espejo, que cae hacia la derecha con estrépito y, cuando entra en contacto con el suelo, el mercurio se rompe en mil añicos.
Daniela se tapa los oídos por el ruido que provoca la rotura del espejo y me mira, incrédula, con los ojos irritados y llenos de lágrimas.
Tras eso nos quedamos un buen rato en silencio. Dejamos que cada una se recupere de este episodio de ansiedad tan terrible y tan usual.


-Daniela, estás muy guapa con el vestido. Te lo digo yo, que soy tu hermana. El espejo para mí, y a partir de ahora para ti, ha perdido toda credibilidad. Se acabó. Es tu vestido preferido, siempre lo ha sido, porque te queda genial. Así que para de una vez y tranquilízate.


Daniela sigue mirándome sin comprender nada, aunque parece que, al menos, ha logrado tranquilizarse un mínimo.
Respiro muy hondo, hasta que me duele el pecho. Esbozo una sonrisa tirante y dolorosa mientras me acerco a ella y le tiendo la mano para ayudarle a levantarse. Aunque la sonrisa me flaquea constantemente, consigo que Daniela no vea lo agotada y destrozada que estoy física y emocionalmente. Dani alza la mano, temblorosa, y agarra la mía. De un tirón logro ayudarle a ponerse en pie.
Mi hermana me mira a la cara brevemente varias veces, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Mientras tanto yo hago como que no me doy cuenta y me entretengo arreglándole el vestido, que se ha arrugado un poco y que está mal puesto.


-En cuanto te maquilles y te arregles un poco el pelo estarás impresionante.-musito, sin mirarle a los ojos.


Daniela no responde, sino que desvía la mirada hacia la ventana de la habitación, llena de vaho por la tarde húmeda que se cierne hoy sobre Hamburgo.


-¿Vas a ir con Bill?
-Sí.
-Hacéis una pareja preciosa.


Ella no responde, pero siempre que pronuncio el nombre de él, se relaja considerablemente.
Sin embargo, lo que me da pavor es el momento en el que ambos se separen, ya que Daniela pasará las vacaciones de Navidad y, prácticamente, el resto del curso en una clínica especializada.
Una tristeza inmensa me envuelve. Aunque me duele reconocerlo, sé que Daniela confía y se apoya en Bill más que en mí, al igual que él.
Parpadeo varias veces para contener las lágrimas y vuelvo a sonreírle. Mi hermana aún sigue sin mirarme, por lo que yo la dejo tranquila y comienzo a recoger todo el estropicio del espejo.
Cojo los trozos de mercurio con la punta de los dedos, con cuidado para no cortarme, y los voy depositando en la papelera de nuestra habitación. Para mi sorpresa, Daniela se pone de rodillas en el suelo y me ayuda a limpiar.


-¿Y tú? ¿Con quién vas a ir?


Se me encoge el corazón.


-Yo no voy a ir, Dani.-susurro.
-¿Qué? ¿Por qué?
-No me apetece.
-¿Es por Chris?


Pues claro que es por él. Porque le echo de menos, le necesito y desde el primer día en el que anunciaron la fiesta me imaginé cómo sería ir con él. Imaginé qué vestido llevaría, qué maquillaje y qué peinado intentaría hacerme.
Y, para más inri, no logro comprender cómo pueden ser tan insensibles. No entiendo cómo pueden ir a una fiesta a la que un alumno, debido a problemas cardíacos, no puede asistir. Parece que es a mí a la única que le parece algo impensable e ilógico, a la par que doloroso.
Daniela, al ver que no respondo, se queda en silencio, pensando en qué decir.


-Yo no quiero ir sin ti.-dice, mirándome a la cara por primera vez desde que ha ocurrido lo del espejo.
-No vas a estar sola, Bill y los demás te acompañarán y lo pasaréis genial.
-Los demás quieren que vayas tú. Seguro que me cambiarían a mí por ti sin dudarlo.
-Daniela, deja de decir esas cosas. Es una buena oportunidad para que os conozcáis todos de una vez y para que os llevéis bien.
-Pero yo quería ir contigo. Me sentiré fatal si tú no estás... sobre todo cuando Bill tenga que subir al escenario. Estoy muy nerviosa por eso... ¿y si no sale bien? ¿Y si intentan hacerle daño otra vez?
-Lo hacen genial. Habría que ser estúpido para no apreciar su música, independientemente de dónde proceda.
-Sam, todos son estúpidos. Les da igual, sólo quieren hacer sufrir a Bill... y a mí también. Y no quiero que lo pase mal, no se lo merece.


Se me llenan los ojos de lágrimas. Es increíble cómo Daniela ha cambiado en tan poco tiempo. Por primera vez no piensa en ella, piensa en Bill. Sufre, empatiza, reflexiona.


-Por favor, ven conmigo.-suplica, con los ojos llenos de lágrimas y con un ligero temblor en el labio inferior.
-Dani... me sentiría fatal por Chris...
-Estoy segura de que él se sentiría aún peor si se enterara de que no has ido a la fiesta porque él no ha podido ir...


Dos toques en la puerta interrumpen nuestra conversación. Las dos giramos la cabeza en esa dirección, extrañadas.
-¿Es Bill?-le pregunto, mientras me pongo en pie.
-No lo creo. Tenía que terminar de ensayar, ducharse y arreglarse.-responde, poniéndose en pie también.


Me acerco lentamente a la puerta. Mi mano agarra el pomo, lo gira y abre la puerta.
Y ahí está. Con esos ojos azules que conozco tan bien...


-Cristal...-susurro.


Ella sonríe anchamente y se apresura a abrazarme antes de que pudiera darme cuenta de que me había echado a llorar.


-Venga, Sam... que no ha pasado tanto tiempo...-dice, abrazándome con fuerza, intentando tranquilizarme.
-¿Y él...?
-Está bien.
-Pero...
-No creo que pueda venir, Sam...
-Pero...
-Te he traído algo.-susurra.


Se separa de mí lentamente, mientras yo aprovecho para secarme las lágrimas y respirar asiduamente.
Cristal rebusca en sus bolsillos, pero va echando un ojo a la habitación. Cuando se topa con Daniela, sonríe:


-Estás muy guapa, Daniela.


Puedo notar el grado de estupefacción de mi hermana.


-Gra...cias...-susurra.
-¿Qué le ha pasado al espejo?-pregunta Cristal, observando los trozos de mercurio que aún siguen tirados en el suelo.
-Se ha caído sin querer.-miento con toda la tranquilidad del mundo.


Cristal alza las cejas, sorprendida.
Por fin encuentra lo que andaba buscando en el dichoso bolsillo. Saca un pequeño papel doblado por la mitad y me lo tiende.
La miro a los ojos, sin comprender muy bien lo que pasa. Ella sonríe y espera a que yo lo desdoble y vea su contenido. Es un número de teléfono.
Mis ojos se clavan en los de Cristal con desesperación, y el corazón me bombea con más fuerza cuando asiente y dice:


-Ya está bien. No pienso que sea bueno que no podáis ni hablar. Él no sabe nada, se llevará una gran sorpresa. Corre.


Trago saliva. Quiero agradecérselo en el alma, pero no me sale ni una sola palabra.
Corro hacia la mesilla de noche, en cuyo cajón está mi teléfono móvil, y, antes de salir por la puerta, abrazo a Cristal con todas mis fuerzas.


-Me la pienso cobrar. Te he encontrado un vestido increíble que te pondrás esta noche.
-Lo que tú quieras.-musito antes de cerrar la puerta tras de mí.


Corro por el pasillo hasta encontrarme con las escaleras que llevan al piso de abajo. Recorro todos los pisos hasta llegar al hall y, de ahí, al jardín.
El frío húmedo de Diciembre toca mi cara con poca delicadeza, provocándome un pequeño escalofrío. Sin embargo, soy incapaz de sentir frío, estoy demasiado acelerada, demasiado emocionada, demasiado nerviosa.
Me siento en uno de los bancos de madera que encuentro y, ahí, respiro hondo. El pequeño papel y el móvil me tiemblan en las manos con violencia y la garganta, reseca, me pica.
Empiezo a marcar los números en las teclas del móvil, y cuando lo completo, lo llevo al oído.  Por cada pitido, mis ojos van acumulando más lágrimas.


-¿Sí?


Su voz, después de tanto tiempo, me choca como un bloque de cemento. Está ronca, desganada y muy baja.
Llevo una mano a mi garganta, incapaz de emitir sonido alguno.


-¿Hola? ¿Quién es?
-... Hola...


Silencio. Encojo mis rodillas, pegándolas al pecho, y voy limpiando las lágrimas con el puño de mi jersey.


-¿Sam? ¿Eres tú?-dice, con voz entrecortada, aunque más subida de volumen.
-Sí...
-Sam...
-Hola...
-Hola...


El fino hilo de contención se rompe en un santiamén. En seguida me echo a llorar como una niña pequeña.


-No llores, por favor. Perdona por haberte asustado.-dice.-Tengo muchas ganas de verte.
-Te echo de menos...-sollozo.
-Yo también. Pronto nos veremos, de verdad. Ya estoy mucho mejor.
-Ojalá estuvieras aquí hoy...
-Lo siento. Siento de verdad no estar allí, seguro que estarás guapísima esta noche.
-No pienso ir sin ti.
-No digas eso. Ve tú por mí y pásalo bien. Confío en que lo harás.
-Pero yo quiero ir contigo...
-Y yo contigo, Sam. Pero... lo siento.


Suspiro pesadamente, aún con la respiración agitada por el llanto.


-Vuelve pronto, esto es una mierda desde que tú no estás...
-Esto sí que es una mierda, y sin ti aún más.
-Ojalá hubiera podido ir a verte.
-Sí, yo también lo pienso... pero quizás hayan hecho bien al no permitirte venir, he estado muy mal y no querría que me vieras así...
-¿Estás bien, Chris? Y dime la verdad, por favor.-él suspira.
-Claro. Estoy muy bien, de verdad. Sólo fue un susto.


Un pitido irritante hace que separe el teléfono de mi oído. Mierda, la batería.
Me seco las lágrimas y respiro hondo.


-Chris, tengo que colgar. Me estoy quedando sin batería en el móvil.
-Vale. Pásalo bien esta noche, por favor.
-Lo dudo, pero gracias.
-Te quiero... te quiero mucho, Sam. No lo olvides.
-Yo también te quiero.-susurro, apretando los labios en una fina línea.
-Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero...


Y se corta la llamada. El móvil se ha apagado.
Cierro los ojos con fuerza y dejo caer el teléfono al césped.
Maldita noche me espera...


Como todas en las que él no está conmigo.

Continuará.

domingo, 16 de junio de 2013

Capítulo 34

Narra Tom


-Maldita sea.-farfullo.


No consigo hablar con Cristal de ninguna manera. Llamaría a la habitación de Chris, pero es muy tarde y no quiero despertarle.
Suelto el móvil de golpe, que rebota en el colchón de la cama hasta quedarse inmóvil sobre él. Me froto la cara con las manos y resoplo con fuerza.
Necesito hablar con ella. Se lo dije esta tarde después de todo lo que ha pasado con Bill en el ensayo. Sabía que la llamaría y no entiendo por qué no contesta al móvil.
¿Y si ha pasado algo? ¿Y si Chris está mal otra vez? Joder.


La puerta del baño se abre, y tras ella se eleva una nube de vapor después de la ducha de Bill.
Mi hermano apaga la luz del cuarto de baño y camina por la habitación mientras se seca el pelo con una toalla.
Aún evita mirarme a los ojos. Sin embargo, yo sí le observo. Se ha limpiado el maquillaje de los ojos, aunque tiene una mancha negra cerca del pómulo.
Como si oyera mis pensamientos, la toalla frota esa mancha y cuando la aparta ha desaparecido.
Gotas de agua caen aún de las puntas de su pelo directamente al suelo. Está totalmente distraído mientras se seca el pelo con la toalla, está pensando en algo. Y sé que es algo que quiere decirme.


Aún me da escalofríos pensar en la discusión que tuvimos hace un par de horas en el salón de actos. No pretendía hacerle sentir así, para nada. Como si no tuviera bastante con lo que esos... hijos de puta le están haciendo, sólo le falta pensar que a su propio hermano no le importe nada de lo que le ocurre.
En realidad me dolió que pensara eso. No pude creer que realmente pensara eso sobre mí. Pero, ¿qué culpa tiene él? Le están destrozando la vida. Bill siempre se levanta cuando le hacen la zancadilla, pero tengo miedo de que un día no vuelva a levantarse. De que se rinda, de que tire la toalla y de que le acaben destruyendo.


El corazón se me acelera considerablemente al pensar en ello. La impotencia fluye por mis venas como el veneno, así como el odio, la frustración, el rencor  y, en una parte muy recóndita de mi ser, la culpa.
Aunque trato de convencerme de que todo lo que le está pasando no es culpa mía, hay algo que me dice todo lo contrario. Hay algo que me dice que, aunque Bill me haya suplicado que no lo haga, debería haber llamado a nuestra madre y contarle lo que está pasando. Que Bill está siendo acosado, que le pegan por diversión.
Así al menos podríamos meterles una denuncia con la que nos quedaríamos la mar de a gusto.
Pero Bill se cabreó cuando lo insinué, me prohibió que le dijera una sola palabra a mamá. Aunque ella sabe que Bill quiere dejar el internado, no sabe los motivos reales.
Es por eso por lo que me siento como una escoria, como un cobarde. Por ello me culpo por todo lo que está sufriendo Bill, porque yo no hago nada relevante para evitarlo.


-¿Estás bien?


Bill se sienta en su cama y espera a que yo conteste. Aún así, no me mira a los ojos.


-Sí, ¿por qué?-miento.
-Porque me siento raro. Tengo una sensación extraña y estoy seguro de que es por ti.
-Lo sé. Yo también me siento igual.


Y, por primera vez en toda la noche, me mira a la cara.


-Si es por lo que ha pasado antes...-susurra.
-No le quites importancia, Bill.
-Es que no tiene importancia. Yo sé que todo lo que te dije no es cierto, así que ya está. Perdí los nervios y no supe cómo proyectarlo y lo descargué sobre ti. Lo siento.
-No te disculpes.-murmuro entre dientes.
-¿Por qué no? -respiro hondo antes de soltar la bomba.
-... porque si me dijiste todo eso antes, algún motivo te habré dado.


Bill se queda en silencio unos segundos, mirándome casi sin pestañear. Ahora sí que siento una gran pesadez sobre mi cuerpo.


-¿Qué es lo que has querido decir?-pregunta rápidamente.
-Nada. Da igual.
-No, no da igual. Si es por lo que estoy pensando... olvídalo. Y olvídalo ya, porque no tienes razón. Tú no tienes la culpa de nada, de absolutamente nada.
-Esto podría haber acabado ya, Bill. Y desde hace bastante tiempo. Y tú sigues aquí esperando a que caiga una puta estrella del cielo y a que se olviden de ti; y lo peor de todo es que yo también lo estoy esperando. No estoy haciendo absolutamente nada para ayudarte.
-¿Que no estás haciendo nada? ¿Quién fue el que le metió aquella paliza al primero que me puso la mano encima, así como al segundo, al tercero y al último? ¿Santa Claus? -suelta, con las manos apretadas en puños.
-Como si eso sirviera de algo. Tú sabes a lo que me refiero.
-Tom, no necesito que toda nuestra familia sepa que soy un paria.
-¿Prefieres seguir sufriendo a que tu familia sepa que te están acosando?


Bill se queda en silencio, pero sé la respuesta. Vuelvo a frotarme la cara, que me pica por el calor.
En estos momentos siento ganas de partirle la cara. En serio.


-No tienes por qué aguantar todo esto. No quiero que lo hagas, Bill. Estoy harto y muy cansado. Por favor, por favor... déjame que haga lo que tengo que hacer.
-No.
-Bill, coño. Me siento como un hermano de mierda. Puedo hacer que todo esto termine marcando un número de teléfono. Y se acabará todo: los insultos, las palizas, la rabia, todo.
-No quiero, Tom. Para ya, ¿vale?


Bill se levanta de la cama, se frota el pelo con la toalla por última vez y va hacia el baño pisando con fuerza el suelo. Me siento en el borde de la cama e instantáneamente llevo mis dedos índice y pulgar de mi mano derecha a mis ojos cerrados, reteniendo las lágrimas de impotencia. Pero no voy a llorar, no quiero llorar.
Inspiro y expiro dificultosamente varias veces hasta que deja de temblarme el cuerpo y sólo quedan secuelas de la rabia, como el calor en mis mejillas y la aceleración de mi corazón.


Y necesito a Cristal. Para colmo, la necesito aquí y ahora. Sólo me faltaba pensar en ella para destrozarme.
Cuando Bill pulsa el interruptor del cuarto de baño para apagar las luces, vuelvo a tumbarme de espaldas a él y cierro los ojos, tratando de tranquilizarme.
Bill se acerca a mí lentamente y en silencio. Se sienta en su cama, le evoco clavando su mirada en mi nuca, y sé que quiere hablar conmigo de nuevo. Pero yo he perdido la voz.


-Perdona, ¿vale? Estoy insoportable, de verdad. Pero quiero que sepas que no tiene nada que ver contigo, no te guardo rencor alguno y lo que te he dicho esta tarde no lo siento en realidad, te lo prometo. No pienso que yo te dé igual, de hecho, sé que soy la segunda persona que más te importa...
-La primera.-digo en voz baja.
-Bueno, la primera... y sé que nunca voy a estar solo si estás tú aquí. Así que perdóname, ¿vale?
-No puedo perdonarte que quieras seguir sufriendo y que no me permitas ayudarte.
-Tom, por favor. Sabes que no te pido muchas cosas, pero me encantaría que no lloraras. Por favor.


Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y respiro muy hondo.


-Vale, ya está.


Bill se toma unos segundos antes de volver a pronunciar palabra.


-No quiero que te preocupes más por mí. Supongo que es normal que de vez en cuando me dé un bajón... pero luego vuelvo a estar bien.
-¿Supones que es normal? Bill, te están destrozando la vida, los nervios y el autoestima. No sé cómo quieres que no me preocupe por ti. Cada día te veo un poco más enfadado, o más triste, o más desganado... y yo cada día me voy sintiendo igual que tú o peor, porque puedo acabar con todo esto ahora mismo. Puedo llamar a mamá, contarle lo que ocurre, recoger nuestras cosas y pirarnos de este sitio de una puta vez. Es que...
-Tom, yo no quiero irme.
-¿Qué?


Bill desvía la mirada al suelo de la habitación. El pelo, aún húmedo, le tapa el rostro. Tiene las rodillas pegadas a su pecho y, luego, apoya la frente en ellas.


-¿Cómo que no quieres irte? Si hasta hace unas semanas me dijiste que querías largarte de aquí...
-Ha pasado algo.
-¿El qué? ¿Qué coño es más importante que tu salud mental, Bill?
-Mi salud mental está perfectamente. Lo único que me importa ahora mismo es recomponer la salud mental de otra persona.
-¿Qué es lo que quieres decirme?


Silencio de nuevo.


-Sé que me ocultas algo. Lo llevo sintiendo bastante tiempo, y estaba esperando a que me lo contaras. Así que desembucha, por favor.
-Creo que me estoy enamorando.


Mi voz vuelve a irse por donde ha venido. Bill alza la mirada por fin y clava sus ojos en los míos.


-Di algo, por favor.-pide.
-¿Cómo? ¿De quién?


Bill suspira largamente, dándome la sensación de que ni él mismo lo sabe.
Igualmente, sólo puedo fijarme en las lágrimas que empiezan a enrojecer sus ojos.


-... de la anorexia...
-¿Qué coño dices, Bill?


Pero en seguida me arrepiento de haber soltado eso por mi boca.
Bill se seca las lágrimas con la mano y aprieta los labios en una fina línea. Yo suspiro, me levanto de mi cama y me siento en la suya, cerca de él.
Me encorvo, apoyo los codos sobre las rodillas y entrelazo los dedos de mis manos. Evito mirarle a la cara, pero me acerco tanto a él que pego mi cuerpo al suyo.


-Por favor, cuéntamelo. Quiero escucharlo.
-La anorexia me ha mostrado una cara que nunca antes había visto. Y es algo que me ha enamorado por completo. Es muy extraño, no sé ni lo que estoy diciendo.-susurra, sorbiendo por la nariz.
-Yo sí. Sigue.
-Me he enamorado de las consecuencias y de los cambios a causa de la anorexia, pero me surge un problema.
-¿Cuál?
-No sé si está bien que me haya enamorado de eso y no de la persona.
-Explícate mejor...


Bill toma aire por la boca y se frota la cara con las manos como, hasta hace unos minutos antes, había hecho yo.

-Sí que tenías razón con respecto a lo de que te estaba ocultando algo, pero no lo sabía nadie más... excepto Sam, que lo sabe desde hace relativamente poco...
-Bill, escúpelo ya.
-Daniela tiene anorexia. Y creo que me estoy enamorando de ella... no de la Daniela de antes, sino de la que padece anorexia. Y me estoy preocupando mucho, porque no sé si está bien.
-Por eso... está tan rara, ¿no?
-Y tan delgada, y tan vulnerable, y tan pálida... sí, por eso... y yo no sé qué hacer...
-¿No crees que te estás enamorando de ella porque también lo está pasando mal?
-Sí. Absolutamente, esa es una de las cosas por las que me siento tan... atado.


Me cubro la cara con las manos mientras mi cabeza da vueltas a cien kilómetros por hora. No, en absoluto. Esto no está bien. Bill ya tiene suficiente con tirar para adelante con el acoso escolar como para ahora tener que llevar a cuestas una enfermedad como esa, por la que mueren muchas personas cada año.


-Y me cuesta admitir lo que siento, porque realmente no quiero sentirlo. Sé que es muy probable que Daniela nunca lo supere, que tenga que estar en el hospital día sí y día también... pero, sin duda, la peor parte es reconocer que me he enamorado de lo que esa cosa le ha hecho a Daniela. Es una persona totalmente distinta, Tom. Es dulce, comprensiva, noble... pero puede acabar con ella. Puede morirse, y no sé cómo afrontarlo, no sé cómo vivir con esas probabilidades.
-Bill... estoy seguro de que sabes lo que estoy pensando. A mí me gustaría que no siguieras con esto, que no volvieras a verla, pero...
-Pero no puedo, Tom. No puedo abandonarla, ella confía en mí y yo en ella. Y la quiero. La quiero... y para mí dejarla no es ninguna opción.


Le agarro del brazo y tiro de él hasta conseguir abrazarle.
Nos abrazamos tan fuerte que incluso logramos cortarnos la respiración, llenándome los ojos de lágrimas y ensanchándome una pequeña sonrisa.


-Eres un puto héroe, Bill. Uno de los grandes.


Le aparto de mí y huyo al baño antes de echarme a llorar.
Y paso allí casi una hora entera, librándome de toda la pesadez con la que llevo cargando todos estos meses, llorando como un crío de tres años.
Cuando se me acaban las lágrimas, dos toques en la puerta hacen que piense en Bill, que habrá estado todo el rato oyéndome y sin atreverse a entrar.
Giro el picaporte de la puerta y la abro. El corazón se me cae a los pies al verla allí de pie, toda empapada por la tormenta de fuera, helada hasta los huesos, pero con una enorme sonrisa en la cara.
Ella me rodea el cuello con los brazos y yo la levanto del suelo, haciendo que rodee sus piernas en mi cintura y me empapen de arriba a abajo.
Mis manos no paran quietas. Tengo que recordar como es el tacto de su piel, lo cálida y lo suave que es, y cuanto antes.
La tiendo en la cama suavemente conmigo encima, y sin dejar de lado los besos y las caricias, así como el comienzo de las respiraciones agitadas,  consigo quitarle la pesada sudadera de encima.


Ella pasa sus manos por mi espalda y por el pecho con fuerza para sentir mi piel, como si hiciera el amago de introducirse dentro de mi cuerpo, dejándome marcas y contrayéndome el estómago deliciosamente.
Ella suelta algunas carcajadas cuando me enzarzo en una pelea con su falda, pero en pocos minutos los dos estamos piel contra piel, con el corazón a mil y con la respiración tan agitada que apenas podemos tragar saliva sin esfuerzo.
La sensación de ver desnudo a un ser tan perfecto como lo es Cristal realmente corta la respiración, así como tenerla delante, desnuda, solo para ti. Nadie más la ve así, solo tú. Y te sientes feliz. Tan feliz que eres incapaz de hablar. No puedes hacer más que mirarla antes de fundirte en otro beso más, el que posiblemente te lleve al límite de tu propio razonamiento.
Cuando ya estás listo y te ves capaz de respirar de nuevo, coges aire, tanto aire que te haces daño. La poca luz que da mi lámpara de mesilla, me hace posible mirarla a la cara antes y durante entro en ella.
Ella te mira, y tú observas como entreabre los labios dejando escapar el primer suspiro de muchos.
Y luego tus manos. Tus manos deslizándose por su cintura, esa cintura que a más de uno le gustaría tocar y tener, y que a más de uno le volvería loco.
Después están sus piernas. Tan suaves, tan... perfectas. Como toda ella. Y es cuando me doy cuenta de que no la echaba de menos. Sino que, realmente, me moría sin ella.
Y sus manos. Sus manos agarrándose a tu espalda, a tu cuello. A donde sea. Y su voz... su voz.
Esa voz tan suave y tan dulce que tiene, que se vuelve más suave y más dulce cuando gime.
Y tú, simplemente puedes pensar en lo mucho que la amas. En que no cambiarías este momento ni por todo el dinero del mundo, en que renunciarías a cualquier cosa con tal de que ella permaneciera a tu lado.
Simplemente eres feliz. Sabes que ella es tuya. No es de nadie más. Solo tuya. Y te sientes importante. Tan importante que irías gritándolo por ahí.
Y es entonces cuando sabes que realmente darías tu vida por ella. Darías tu propia vida por solo rozar su cuerpo con el tuyo una vez más. Solo una.
'Te amo', le dices en un susurro agitado. Y cuando ella te contesta que ella también, sonríes. Aunque sea por dentro, pero tú sonríes. Y solo puedes repetirte 'me quiere...'
Ella, Cristal, es simplemente... ella. Tan especial, tan increíble y tan única que te sientes pequeño a su lado.
Y después está el momento en el que te tumbas a su lado y observas su perfil, sus labios aún entreabiertos y su pecho bajando y subiendo con rapidez mientras tú intentas recomponerte.
Ella se abraza a ti. Y suspira. Y luego te confiesa que te quiere.
Y tú no te mueves del sitio hasta que ella se queda dormida. Le acaricias la cara con los dedos y luego te levantas de la cama sin hacer ruido para ir al baño. Y cuando vuelves, te alegras al ver que ella sigue ahí, que no se ha ido, que está bien.
Como en un sueño vuelves a su lado, te tumbas junto a ella y te quedas mirándola. Y piensas que podrías pasarte toda la vida así. Y que realmente lo harías.
Y sigues pensando en ello cuando duermes.
Piensas qué harías sin ella, y realmente... no quieres ni imaginártelo.

Continuará.